noche de viernes

El aire se siente caliente y pesado en el patio de nuestra casa. Las reposeras separan nuestros cuerpos cansados y engripados de la mugre del suelo terroso. De la soga cuelgan unas sábanas, una tolla y una bolsa de plástico. El viento las sacude y de a ratos parecen banderas flameando sobre nuestras cabezas. Tomamos un tereré y comemos unos chipacitos que, a mi parecer, no están ricos. No me sorprende, últimamente no me gusta nada.

El clima augura verano aunque falten casi dos meses para el solsticio. El ánimo, en cambio, parece haberse quedado en el invierno. Están creciendo yuyos entre las baldosas. En pocos días nos va a rodear una selva. Hay que sacarlos, decís mientras cebás un tere. Me gustaría tener la energía para ser yo quien lo haga, pero no voy a comprometerme. No quiero prometerte nada que no pueda cumplir.

Entre otras chucherías y objetos en desuso que deberíamos tirar, tenemos el vañitory viejo en el fondo del patio. Mohoso y sin cajones, queda desubicado en el paisaje. En una de tus vueltas te pones de pie atrás y te apoyas en la bacha con las dos manos. 

Este vañitory es para dar un discurso. 

Me río y y te incentivo. A veces creo que me gusta este rol, el de empujarte despacito a que seas vos misma, con todas tus locuras.

Compañeros y compañeras... Perón... era de Libra, ¿y saben quién es de Libra?

El discurso es corto, random, y está atravesado por la trompeta de tu nariz sonándote los mocos. Lo coronás diciendo que vos te vas a encargar de sacarme la tristeza. Vuelvo a reírme pero no digo nada. No es hasta que te acercas que te das cuenta que estoy llorando. Me das un abrazo, igual no paro. Estoy llorando todos los días, te digo. Está bien, me respondés. 

Se hace de noche. 

Sigue haciendo un calor asfixiante que combina extrañamente bien con la tristeza. Estamos escuchando Virus, yo escribiendo y vos leyendo. Tengo mensajes en el celular que no quiero contestar - pero eso no es novedad -. Lo que sí parece serlo es la rapidez con la que mis dedos escriben. Llevo meses sin escribir una palabra, ahogándome en pensamientos intrusivos que banalizan el día a día. Creí que había perdido la capacidad de retratar - en un acto de ajenización - la realidad más cotidiana. Sin embargo mis manos están moviéndose entusiasmadas sobre el teclado, apenas iluminado por la luz del patio. 

Me siento mal, me coquetean los miedos, pero creo que estoy mirando con ojos más románticos esta noche de viernes.