Saludos y RS

"Mi papá era ingeniero, y físico. Pero tenía un problema: tenía el peronismo acá", Jorge se toca el entrecejo con el dedo índice. Ha contado esa historia decenas de veces, pero cada vez que lo hace la relata como si fuera la primera vez. Se le nota en los ojos que es un hombre de convicciones, cuya vida se basó en luchar contra la marea establecida. Nunca fue uno más, siempre fue distinto: un incomprendido, un marginado. Ahora también lo es, pero por otras cuestiones que a nadie le interesan. Maldigo a quienes creen conocerlo sólo por haberlo escuchado decir un "gracias". Es su amabilidad y agradecimiento la capa más superficial. Me pregunto si está bien lo que digo, maldigo a quienes creen conocerlo como si yo lo hiciera. ¿Realmente lo conozco? ¿Es Jorge este hombre que se pone a la defensiva cuando le tocamos la llaga con un poquito más de fuerza que lo usual? ¿Es Jorge este hombre de dos hijos cuyos nombres representan de algún modo las luchas de su vida? ¿Es Jorge este hombre que fue editor de libros, que trabajó en Clarín y piensa que es una mierda? ¿Quién es Jorge?

Hay algo de lo que estoy segura: Jorge no es un extraño escondido en la penumbra. Es más, estoy segura de que si se lo describo con sumo detalle a varias personas, alguna de ellas recordará haber visto su silueta debajo de una manta en el anden del tren de la estación Lanús. Así lo conocen, como una sombra nada más. ¿Y quién quiere ayudar a una sombra? ¿Qué? ¿No era parte del paisaje? A veces no sé si es peor la indiferencia, o la negación, que es la completa paralización del sentido del oído. Ahora más de uno está cenando en familia con el uniforme colgado de una silla, abrigado con el refugio de un techo. No es el caso de Jorge, que no puede ni ponerse de pie porque las piernas le fallan y la cintura le duele, que soporta el invierno con una frazadita de mierda y la inseguridad la camufla con su demencia senil.

Y además de escudo, su demencia es la manera de lavarse las manos de más de uno de esos uniformados que dan un beso a sus hijos y se van a dormir, creyendo que hicieron bien su labor. Con la cabeza en la almohada, ¿alguien repasa críticamente el contenido de su día? ¿Recuerdan que desayunaron un café muy negro, que putearon a un par de transeúntes irresponsables, que hicieron unas cuantas multas y que pelotudearon a una pibita de 19 años sólo porque creen que su corta edad le quita valor a sus palabras? ¿Lo piensan?

Mientras tanto, Jorge cuenta por décima vez a un grupo de iglesia acerca de su huida a Uruguay, donde terminó su primaria, donde se escondió de un peronismo que lo perseguía por anarquista. Tal vez recuerda fugazmente a quien alguna vez fue su esposa y a quien hizo infiel, aunque ahora no sepa ni dónde está, ni siquiera si vive. Vuelve a decir gracias y a ofrecer lo poco que tiene, hablará de su hijo y su inteligencia, dirá que esos rasgos se saltan una generación. Sonreirá, y no sólo desde la boca sino con los ojos, cuyos iris tienen una aureola gris que - ruego - no sea un principio de cataratas. Jorge se despide y las comisuras le alcanzan la línea donde comienza su prominente nariz, y sólo cuando la estación comienza a hundirse en silencio el cansancio de sus 77 años lo deja dormir. Y yo también me despido - aunque prefiero creer que es un hasta luego -, como Jorge me enseñó, como se despiden los anarquistas:

Saludos, y revolución social, compañero.