Alma y el interruptor.
Alma enciende el interruptor,
pero no prende la luz.
Se trata de otro tipo
de interruptor,
uno que bloquea la culpa.
En ese momento,
Alma salta, juega, ríe,
besa, ama, coge,
y puede hacerlo con libertad.
Le atrae reflexionar
sobre el concepto de libertad,
sobre lo que realmente significa
y la definición
que se le atribuye.
Alma ha aceptado
que no es libre,
que no lo ha sido nunca
y tampoco lo será.
De hecho,
está segura que nadie lo es,
que la prisión
puede ser externa o interna,
impuesta o permisiva,
ajena o propia,
y que en distintos niveles
somos prisioneros
de distintas cosas.
Alma
se aprisiona en la culpa.
Le da culpa ser feliz,
gozar, desnudarse
de todo tipo de ataduras.
Se ha convencido
de que es un ser triste,
y que esos flashes de risas
significan pecado.
Una manzana prohibida
que tendrá su castigo.
Entonces se redime,
pide disculpas
a la nada misma,
se autoflagela
-metafóricamente-
y, casi sin notarlo,
vuelve
a encender el interruptor.