Clementina — i

Se calzó los zapatos, a sabiendas de que en menos de tres horas las plataformas de los mismos serían las responsables de sus insultos mordidos. Abandonó la cama que la había tenido atrapada hasta el último momento y llenó su cartera con lo básico: las llaves, el celular, y el paquete de puchos. Jugó con el film del paquete entre los dedos. Nunca lo sacaba del todo porque le gustaba ver cómo se rompía de a poquito. Quería fumarse uno, pero iba a esperar hasta salir del edificio.

Hacía frío en Balvanera. Para ser un jueves por la noche, casi finales de semana, las calles estaban bastante limpias. En un barrio como aquel, eso no tenía ningún tipo de sentido. Se había sumergido en la voz de Zachary Dess y la música alternativa que decía producir, como siempre con el volumen al máximo sin considerar las consecuencias posibles. Un par de pibes doblaron en la esquina mientras hablaban en un tono jocoso; a pesar de no poder escucharlos, sólo verlos dejaba en claro que estaban gritando. Se movían de manera exagerada, se empujaban como dos animales peleando por un pedazo de comida. Uno tenía la camiseta del Real Madrid, el otro parecía no entender ni un concepto de moda.

Unos pasos antes de que se cruzaran, se dio cuenta que acaban de registrar su presencia. Lejos de fugarse en su mundo, les mantuvo la mirada. Estaba esperando, con ansiedad, que abrieran la boca.

¿Clemen? — Uno de los dos se detuvo, y pudo leer su propio nombre en el par de labios ajenos. Se sacó los auriculares y enarcó una ceja, ladeando apenas la cabeza hacia un costado. — ¿Qué haces, Clemen? Boluda, no me di cuenta que eras vos.

¿Y ese quién era?

No... perdón pero no... no sé quién sos. — La hostilidad en sus ojos había disminuido, reemplazada por un aturdimiento claramente notorio.

—  ¿Me estás jodiendo? Íbamos al Durham juntos, vos te sentabas en la tercer hilera, casi atrás de todo. Yo me sentaba al lado de la ventana, esa que una vez se le cayó a Mati, ¿te acordas? — El pibe se mostraba eufórico, pero en sus orejas todavía resonaba la melodía de I feel like I'm drowning como si algún local a lo lejos la estuviera reproduciendo puertas adentro. El tercero en escena había pasado a un segundo plano. Después de tomarse el tiempo de comprobar que tampoco lo conocía, le sacó la mirada de encima y, ciertamente, pasó a ignorarlo sin una real intención de hacerlo.

Por poco no le pidió que evitara mencionar el nombre de esa institución de nuevo. ¿Cómo era posible que no lo recordara? Si bien Clementina había intentado dejar atrás el transcurso de esos años, le parecía imposible no acordarse de su cara. Al menos sabía que no estaba mintiendo, en efecto se sentaba en esa hilera y había tenido un compañero llamado Matías. Un pobre condenado al bullying constructor de egos pelotudos.

Su cara debía haberse parecido a la de un cuadro expresionista, porque el pibe cambió la alegría que dominaba su voz y la transformó en incomodidad. — Bueno, nada. Pasaron muchos años. Nosotros... seguimos viaje. Que andes bien, Clemen. — En el medio de su frase, se giró para mirar a su amigo y empujarlo en silencio y a la distancia, dándole a entender que quería irse a la mierda. Ese extrañamiento de su parte era lo más parecido a una situación de rechazo que había visto en las últimas semanas.

Los dos continuaron su rumbo sin decir más palabra y, en el silencio de Balvanera a las 11 de la noche, buscó el paquete de cigarrillos en su cartera y se prendió un pucho justo después de posicionarlo entre los labios. Inspiró con los ojos entrecerrados, y soltó el humo grisáceo por la nariz. ¿Quién mierda era ese pibe y por qué no se acordaba de él?