Crónica del aeropuerto. Marzo 2019.

Hay cosas que no cambian.

Cuando era chica no entendía que cuanto más maquillaba el dolor, peor se veía después.

Ese día en el aeropuerto, por lo menos, tuve la delicadeza de no ponerme rimmel. El rastro negro surcándome las mejillas no hubiera sido muy bonito a la vista. Uno creería que hablar de boletos de avión en Argentina, año 2019, efectivamente debería limitarse a la ficción; pero no.

En esa ocasión observé todo de lejos, guardándome en una coraza que tenía la intención ilusa de protegerme. Las risas nerviosas, algunas sinceras y otras por compromiso. Los chistes forzados. Los abrazos ansiosos de amor. Las treinta y tres despedidas. El tumulto. Las palabras que buscaban ser recordadas. Recuerdo todo. Recuerdo tu media sonrisa clavada en el pómulo derecho para quedar bien con todos, los detalles cursis pero significativos que, en unos meses, se te volverían cábala. Me acuerdo de esa chica, la del "nunca" más constante, queriendo acaparar la atención como siempre. Recuerdo que la ignorábamos dentro de nuestra complicidad sosegada.

Nueve meses después confesé que no había, de mi parte, una indiferencia ante tu inmediata partida. Por lo contrario, convivía con una negación feroz a monopolizarte, como si efectivamente aquello se tratara de una despedida. Tal vez debería haberlo hecho. Tal vez debería haber reído menos presa del miedo y abrazarte más por los hombros, susurrarte al oído estupideces que resonaran en tu cabeza al sentarte junto a la ventanilla del avión. Tal vez menos coraza y más escupitajo de sentimiento, menos miradas y más palabras, más confesiones y menos "no quiero retenerte con cursilerías".

Necesito ser distinta, pero eso ya lo sabes. En esa particularidad, preferí disfrutar del vértigo de perderte de manera egoísta: sin decírselo a nadie, sin compartir en voz alta esos sentimientos que te tenían atravesándome. Por eso te miré tanto, por eso no te dije nada, por eso te abracé dos veces al final y por eso la carta.

Incluso aunque nos separe un océano y una cantidad indeterminada de granitos de arena cayendo de un lado a otro del reloj, la única manera que encontré para seguir teniéndote fue con palabras escritas. Porque conmigo siempre es así. Incluso ahora, en este vago intento de agarrarte de la mano a través de una crónica que no le hace justicia a nuestra amistad.