¿Miraste para atrás?

 Hay pieles que no se olvidan nunca.

Te reconocí de inmediato, incluso con el barbijo puesto, ese corte de pelo tan austero y el uniforme de seguridad que envolvía tu espalda ancha. Jamás te hubiera iamginado con esa camisa blanca y el parche de seguridad amarillo y negro decorando cada uno de tus brazos. Los años pueden cambiar mucho a una persona. Casi diez años.

Sin embargo la primera piel no se olvida. Me bastó ver cómo te crecía el pelo en la nuca desde mi posición, sentada atrás suyo en los asientos traseros del bondi.

Cuando sacaste el celular y vi tus dedos moverse sobre la interfaz de un videojuego, no me quedaron dudas. Con los auriculares puestos moviste las manos y los pies tocando una batería imaginaria. Tal vez diez años no cambian tanto. ¿Tenes barba ahora? ¿En qué momento te empezó a crecer pelo en la cara? Me acuerdo de los puntitos negros que te dejaba la gillette en la zona del bigote. En ese entonces, era tu mayor logro.

Te estoy mirando, claramente pasando inadvertida, pero te miro con mucho amor. Ojalá presientas eso desde los dos metros que nos separan. 

No te va a gustar que diga esto pero, tus orejas siguen iguales. Aunque no, no te reconocí por eso, podes quedarte tranquilo.

Esperé un rato, quería saber si era posible que me hubieras visto al subir y te estuvieras haciendo el boludo (además fingir siempre te salió mal, iba a ser fácil notarlo), pero no. Realmente no registraste en ningún momento que yo ahí. Tan cerca después de tanto tiempo. El asiento al lado tuyo estuvo vacío casi todo el viaje. Si no hubiera sospechado un odio implícito de tu parte, incluso después de tantas segundas y terceras veces con nuevas personas, me hubiera sentado con vos para preguntarte:

"Eu, ¿cómo estás? ¿Qué onda tu vida?"

Tal vez sería un error. Tal vez sería mejor permanecer en el anonimato.

No pude. Quería que me vieras. No quiero pasar desapercibida, nunca quise, ¿por qué empezar ahora? Me puse de pie cuando mi parada se aproximé. Pasé por delante tuyo en silencio, balanceando mi pelo por sobre mis hombros esperando que el olor del acondicionador te llegara al olfato, incluso por medio del barbijo. Me propuse no mirarte en ningún momento, aunque quería saber si había ganado. No conformándome con apelar a uno de tus sentidos, me tomé el atrevimiento de dejar pasar a un señor, de permitir que bajara primero sólo para que escucharas mi voz. Tenías puestos los auriculares, ¿te habrá sonado conocido el tono con el que hablé? ¿Reconociste esa energía condescendiente con la que me comunico con desconocidos?

Bajé. 

Corrientes se prendió fuego adelante de mis ojos y el 37 continuó su camino por Callao sin detenerse y sin mirar atrás. ¿Vos miraste para atrás?